D. Ricardo Alvarado del Río
“Misioneros de esperanza entre los pueblos”
Hermanos, hoy toda la Iglesia universal celebra el Domund, el Domingo Mundial de las Misiones. Es un día para abrir los ojos más allá de nuestras fronteras y recordar que, por el bautismo, todos estamos llamados a ser portadores de esperanza, “misioneros de esperanza entre los pueblos”, como nos propone este año el lema.
No se trata solo de quienes marchan lejos de su tierra. También aquí, en nuestras familias, trabajos y parroquias, somos llamados a sembrar esperanza donde otros solo ven oscuridad.
En la primera lectura vemos a Moisés, con los brazos en alto, mientras el pueblo libra la batalla. Cuando él se cansa, Aarón y Jur le sostienen los brazos. Es una imagen preciosa de la misión de la Iglesia: la fuerza no viene solo del esfuerzo humano, sino de la confianza en Dios, de la oración que sostiene toda obra misionera. Una misión que nace de la confianza.
Cuántos misioneros hoy están “con los brazos levantados” en tierras donde no hay paz, donde la pobreza duele, donde la fe apenas nace o donde se vive perseguida. Ellos nos recuerdan que la esperanza no es un discurso: ¡es una vida entregada!
Dios no abandona al que confía. El salmo 120 nos hace repetir: “El auxilio me viene del Señor”. El misionero lo sabe: no trabaja por ideología ni por heroicidad, sino porque se fía de un Dios que camina a su lado. Y nosotros, en nuestras luchas cotidianas, ¿cuántas veces olvidamos de dónde viene nuestra fuerza?
Por otra parte, la misión se alimenta de la Palabra. Fíjate en San Pablo, escribiendo a Timoteo, le recuerda algo decisivo: “Permanece en lo que aprendiste… proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo”. Eso es ser misionero: alguien que vive de la Palabra de Dios y la anuncia con la vida. No todos iremos a África, a Asia o a la Amazonía… pero sí todos estamos llamados a ser testigos de esperanza en el lugar donde estamos.
Valorar la Palabra es sostener la misión. Quien cree, anuncia. Quien ama, comparte. Quien espera, enciende luces.
Pero hay que perseverar sin cansarse. En el Evangelio, Jesús nos habla de la viuda perseverante. Ella no se resigna, no se rinde. Su insistencia logra lo que parecía imposible. Esa es la fuerza de la oración y de la fe que anima a los misioneros y debería animar también nuestra vida.
Hoy podríamos preguntarnos:
– ¿Sigo orando por los misioneros?
– ¿Sigo apoyando sus obras, aunque no los conozca?
– ¿Sigo creyendo que el Evangelio puede transformar el mundo?
Se trata de rostros concretos de esperanza. Piensa por un momento en tantos misioneros que, lejos de casa, viven con sencillez el Evangelio: en aldeas perdidas donde no hay luz eléctrica ni agua potable, en cárceles, hospitales, escuelas improvisadas, en barrios marcados por la violencia o en países donde anunciar a Cristo puede costar la vida.
Ellos no solo predican: curan, enseñan, acompañan, lloran con la gente y siembran esperanza. Ellos son los “Moisés” que sostienen los brazos de la humanidad cansada, y necesitan nuestras manos: nuestra oración, nuestro apoyo económico, nuestro afecto, nuestra conciencia despierta.
¿Cuál es nuestra parte en esta misión? Domund no es una campaña más: es una llamada directa del Señor a cada uno. Nos recuerda que la fe no se guarda: se comparte. Que la esperanza no se declara: se contagia. Que la misión no es un departamento: es el corazón de la Iglesia.
Hoy podemos pedir tres cosas muy concretas:
1. Orar por los misioneros y por las vocaciones misioneras.
2. Ofrecer nuestra ayuda para sostener tantas obras que dependen de nuestra generosidad.
3. Vivir como misioneros donde estamos: siendo testigos de esperanza, con gestos, con palabras, con coherencia.
Quizá el mundo esté cansado de discursos, pero no de testigos. Hoy el Señor nos dice: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Que pueda encontrar en nosotros una Iglesia que no se cansa, que ora como Moisés, que proclama la Palabra como Timoteo, que insiste como la viuda del Evangelio… y que vive la misión como entrega, no como obligación.
Pidamos al Señor que nos haga también a nosotros misioneros de esperanza entre los pueblos, empezando por los que tenemos más cerca.
¡Feliz Día del Señor!