D. Álvaro Asensio Sagastizábal
Auméntanos la fe
Esta oración la hacemos nuestra: ¡Auméntanos la fe! Nos cuesta creer. Sobre todo si entendemos, con la primera lectura, que el justo vive de la fe, que la fe es un estilo de vida, unos ojos nuevos que nos ayudan a leer todas las realidades de la vida con la óptica de Dios. Los apóstoles le hicieron esta súplica sorprendidos por la exigencia de su doctrina. Les había dicho Jesús, entre otras cosas, que no se podían hipotecar al dinero, que tenían que perdonar siempre. Pero, al sentir su pequeñez para llevar adelante este programa, le pidieron confiados: ¡Auméntanos la fe! Él les dijo que con fe harían maravillas, harían lo imposible: plantar una morera en el mar. Se entiende que el ejemplo no era para tomarlo al pie de la letra, sino para ponderar la fuerza que Dios comunica al hombre.
La fe que se nos pide
¿Y cuál es esa fe que se nos pide? Si tuvieras fe como un granito de mostaza… dice Jesús. A veces hemos entendido la fe sólo como un asentimiento intelectual, aceptar verdades que nos trascienden, “creer lo que no vimos”. La fe es mucho más que eso. Es un grito de confianza en Dios. Es una actitud que pedía Jesús ante los milagros: Todo es posible para quien cree. Es la fe que hace maravillas porque pone en nuestras manos el poder de Dios. Es la fe de Abraham, que siendo viejo, se alegró con su descendencia. La de Moisés, que condujo a su pueblo hacia la tierra prometida. Por esta fe, María, concibió por el Espíritu Santo y es la Madre de Dios. Por la fe de los creyentes la Iglesia primera asombró al mundo con su caridad. Esta fe, hermanos, nos comunica la vitalidad de Dios: El que está unido a mí da mucho fruto… Sin mí no podéis hacer nada. Cuando los apóstoles se asustan al conocer las exigencias de Jesús, les dice: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.
La fe que se nos regala
Los apóstoles eran conscientes de que la fe es un don de Dios. Ellos habían sido discípulos del mejor de los maestros, mucho tiempo habían vivido con él y, un día que iban en la barca, asustados porque dormía en la medio de la tempestad, les dijo una palabra severa: Hombres de poca fe, ¿Por qué teméis? Por eso hoy se la piden, como se la había pedido aquel padre que quería la curación de su hijo enfermo: Creo, pero ayuda mi poca fe.
En la fórmula bautismal el sacerdote pregunta: “¿qué pides a la Iglesia?” Y los padres y padrinos responden: “la fe”. Dios nos la da a través de la Iglesia. Por eso nos suena extraño que alguien diga que es creyente, pero que no practica, que “no pisa la iglesia”. Cuando alguien dice eso, no dudamos de su fe en Dios. Pero le falta fe en Jesucristo, que se hace viva oyendo la Palabra, recibiendo los sacramentos, viviéndola con los otros creyentes, celebrándola, sobre todo en la participación eucarística del domingo.
No tenemos derechos
Aunque suene raro en nuestra cultura tan reivindicativa, el Evangelio nos dice que ante Dios no podemos alegar derechos. Él es Don, totalmente gratuito, es gracia. Se nos da, no lo conquistamos. Se nos regala, no lo merecemos.
La parábola del criado que tiene que trabajar, servir y llamarse “siervo inútil” no es una parábola para justificar la injusta situación social de entonces, ni siquiera un retrato de Dios como señor exigente, sino una llamada de atención a nuestra actitud ante Dios. Estamos tan hechos a la relación trabajo-salario, que llevamos esta relación al trato con Dios. Hay cristianos fieles que se ofenden cuando no consiguen lo que quieren, o cuando las cosas no les salen bien. Otros practican la religión del regateo: te doy esto, con la condición de que tú me des…
Esta palabra, “siervo inútil”, ilumina muy bien los conceptos que tantas veces usamos en nuestro lenguaje religioso: ley, cumplimiento, mérito, premio… Él me ama y yo confío en su amor. Sé que Él me quiere y eso es lo importante. Y, en mi pobreza cristiana, le doy toda la fuerza a la gratuidad, poniendo en Dios toda la confianza. Somos unos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer. Y, entonces, podremos cantar con la pobre de Yahvé, Santa María: El Señor ha hecho en mí maravillas.
Álvaro Asensio Sagastizábal
Vicario General
Delegado Diocesano de Liturgia y Espiritualidad