D. Jesús Casanueva Vázquez
Toda la liturgia de la palabra de este domingo pone ante nuestra mirada el mensaje social del evangelio, especialmente el pasaje que escuchamos hoy de San Lucas.
El Señor pone ante nuestros ojos la realidad humana, ante la cual no podemos permanecer indiferentes. No vale hacer como si no nos afectasen los problemas de los demás, pues en última instancia, todos tendremos que comparecer ante el Señor.
Cuando escuchamos la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, no podemos menos que reconocer las graves desigualdades que se vivían en tiempo de Jesús, pero que también vivimos ahora: mientras unos banquetean y se dedican a los placeres que ofrecen las riquezas, otros pasan hambre y yacen tirados en los arrabales de la vida cubiertos de mugre y enfermedad. El juicio de Dios será implacable para ellos por la falta de amor y compasión hacia sus hermanos, y ese día no valdrá decir “no lo sabía”, pues, como bien dice Jesús, la ley, los profetas, el mismo evangelio, profetizaban sobre estas situaciones.
El Señor nos advierte sobre el peligro de la “indiferencia-indolencia” ante el sufrimiento de los hombres. Nos advierte de lo que el profeta Amós llamaba “la orgía de los disolutos”: el disfrute de unos pocos frente al sufrimiento de una mayoría.
El mismo papa Francisco, en su encíclica Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común, nos advierte de que no puede haber desarrollo sin dar respuesta a estas situaciones de desigualdad que se viven en el mundo (primer mundo, segundo mundo, tercer mundo, cuarto mundo…).
Revestirnos de indiferencia e indolencia sólo denota dos cosas: inmoralidad (no nos importa) y miedo (no quiero que me afecte).
San Pablo, en su carta a Timoteo, por si nos vemos tentados de esta indiferencia e indolencia, nos escribe esta recomendación: “hombre de Dios busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste notablemente delante de muchos testigos”.
Nuestra fe tiene una dimensión social que no podemos obviar y que nos compromete frente a Dios y también frente al mundo. Dios no es neutral, está siempre del lado de los empobrecidos de la tierra, y ese ha de ser nuestro bando.