Homilía XXV Domingo del Tiempo Ordinario, por D. Ricardo Alvarado del Río, Vicario Episcopal para la Acción Caritativa y Social

Ilmo. Sr. D. Ricardo Alvarado Del Río

D. Ricardo Alvarado del Río

 

Queridos hermanos:

Hoy la Palabra de Dios se presenta como un tríptico, tres voces que, unidas, nos muestran un camino claro en medio de este mundo herido por la injusticia, la codicia y la violencia.

El profeta Amós nos sacude con su denuncia: “Escuchad, los que exprimís al pobre y arruináis a los miserables de la tierra”. Es una voz incómoda, la de un campesino que, inspirado por Dios, grita contra los abusos de quienes comercian con los débiles. Amós nos recuerda que el Señor no tolera que la avaricia destruya la dignidad humana. Y este grito resuena hoy con una fuerza tremenda: en un mundo que multiplica armas, que invierte más en destruir que en construir, que sigue levantando barreras y olvidando a los pequeños, el Señor nos dice: “Yo escucho el clamor de los pobres, y no me olvido de su sufrimiento”.

El salmo 112 es la respuesta del pueblo a esa denuncia: no nos quedamos en la desesperanza, sino que proclamamos quién es nuestro Dios: “Él levanta del polvo al desvalido y alza de la basura al pobre”. El salmo es como una ventana de esperanza: cuando la historia parece dominada por la injusticia, la última palabra no la tienen los poderosos, sino el Dios que defiende a los que no cuentan.

La carta de san Pablo a Timoteo da un paso más: nos invita a orar “por todos los hombres, por los reyes y por los que gobiernan”. El mensaje es claro: la fe cristiana no es evasión, sino compromiso. Orar por los gobernantes no es ingenuidad, es responsabilidad. Porque sabemos que la paz, la justicia, el futuro de los pueblos dependen de decisiones concretas. Y en este tiempo en que vemos crecer la carrera armamentística y la amenaza de nuevas guerras, nuestra oración se convierte en un acto profético: pedimos que los corazones de los poderosos no se cieguen por el dinero ni por el orgullo, sino que busquen el bien común.

Y finalmente, el Evangelio de Lucas nos ofrece la clave: la parábola del administrador nos recuerda que, al final, no se puede servir a dos señores. Jesús lo dice sin rodeos: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). Aquí todo encaja: Amós denuncia el abuso de los poderosos, el salmo proclama la justicia de Dios, Pablo nos llama a orar para que la autoridad no se corrompa, y Jesús nos pide elegir con claridad. O el Dios de la vida, o el dios-dinero. O la justicia, o la codicia. O la paz, o las armas.

Hermanos, estas lecturas no son historia antigua: son palabra viva para nosotros. Nos dicen que, ante las injusticias, no podemos ser neutrales; que nuestra oración debe ir unida a la acción; que nuestra fe debe traducirse en gestos concretos de solidaridad, en la defensa de los más frágiles, en un estilo de vida que no adore al dinero sino que lo ponga al servicio del bien.

El Señor hoy nos pide valentía: valentía para denunciar como Amós, esperanza para confiar como el salmista, perseverancia para orar como Pablo, y decisión para elegir como Jesús.

Que el Señor nos dé esa pasión por la justicia y esa fidelidad a su Reino, para que en medio de un mundo que fabrica armas y desigualdades, nosotros seamos testigos de su paz y de su amor.

¡Que así sea!

 

Ricardo Alvarado Del Río

Vicario episcopal para la Acción Caritativa y Social

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