Homilía de la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, por D. Jesús Casanueva Vázquez, Vicario Episcopal para el Clero

Vicario Episcopal: Ilmo. Sr. D. Jesús Casanueva Vázquez

D. Jesús Casanueva Vázquez

 

Celebramos hoy la Solemnidad de Cristo Rey, el domingo con el que se termina el año litúrgico.

En la pedagogía celebrativa, acabar con esta fiesta supone reconocer que, al final de la historia, Cristo reinará definitivamente, y esta es nuestra esperanza. Sin embargo, paradójicamente, en el evangelio que se proclama en este domingo se nos presenta a Jesús en la Cruz, siendo el escarnio de sus verdugos.

En el pueblo de Israel David fue elegido rey por designio divino, y su tarea era la de ser pastor del pueblo de Dios. Su vocación real era el servicio al pueblo para que el pueblo no se desviara de los preceptos del Señor. Eso suponía ejemplaridad, para que los propios pecados del rey no influyesen en la vida del pueblo, y también gobierno, es decir, tomar decisiones a favor del bien común.

¿Cómo explicar entonces la realeza de Jesús en el momento de la cruz? Como pastor de su pueblo, él mismo nos enseña y se convierte en el camino que hemos de seguir para alcanzar la salvación. Como gobernante, no utiliza el poder de la fuerza, ni de las armas, sino el del amor. De este modo podemos decir que su reino no es de este mundo, en el sentido de que no es como los reinos del mundo que le tocó vivir, ni tampoco de los gobiernos que tenemos actualmente. Por eso los soldados se burlan de él y también el ladrón crucificado a su lado le increpa. No así el buen ladrón que, humildemente, le pide a Jesús que se acuerde de él en su reino, reconociendo en su persona esas nuevas claves de su realeza, reconociéndole, en definitiva, como rey.

Frente al “sálvate a ti mismo” de los judíos, los soldados y el ladrón crucificado, que esperan un alarde fuerza y poder, el buen ladrón reconoce en el “acuérdate de mí cuando llegues a tu reino” una dimensión más humana y espiritual del reinado de Cristo.

Jesús es un rey que quiere la salvación de todos, por eso hace de su vida una entrega de amor redentor que libera a toda la humanidad del reino del pecado, subsanando los estragos del primer pecado de los hombres. Deshacer ese imperio del mal es el camino que tenemos que andar quienes queremos que Cristo reine de verdad en el mundo. La corona de espinas, el cetro de los clavos y el trono de la cruz son los signos de ese nuevo reino del amor que Cristo ha inaugurado y llevará a su plenitud al final de los tiempos.

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