La edición número XXI de las Jornadas Diocesanas de Formación Pastoral se cerró ayer jueves con la tradicional Eucaristía, presidida por nuestro Obispo, D. Arturo Ros. Un evento que presenta, como cada año, un balance muy positivo. Comenzando por las buenas sensaciones que deja el ambiente respirado en estos cuatro días en el seminario diocesano de Monte Corbán. Una atmósfera de encuentro, de oración; de fraternidad y de ganas de seguir escuchando, aprendiendo y soñando con ese camino común del que tanto se ha hablado estos días y del que tanto se seguirá hablando de ahora en adelante.
Las conferencias de las dos primeras jornadas, tal y como informamos en la noticia sobre el ecuador de las Jornadas, fueron ofrecidas por D. Arturo y por Mª Elisa Estévez López, de la Institución Teresiana, quien impartió una nueva ponencia el miércoles, titulada «Discernimiento personal y comunitario en una Iglesia sinodal», en la que dio continuidad a su conferencia del martes y asentó muchos de los conceptos ofrecidos en ella. Nuestro Vicario Episcopal para la Evangelización, D. Óscar Lavín fue el encargado de cerrar el ciclo de conferencias con una ponencia titulada «Vocación bautismal: presencia pública y equipos apostólicos».
Tanto las conferencias como los talleres han tomado este año especialmente un cariz de actualidad y practicidad, ofreciendo unos contenidos que han permitido a los asistentes actualizar conceptos, conocer otros nuevos y, ante todo, aterrizar ideas para ponerlas en práctica en sus parroquias y movimientos; en definitiva, en nuestra diócesis de Santander.
El broche de oro a estas Jornadas lo puso, como cada año, la Eucaristía celebrada en la iglesia del Seminario, que completó su aforo, y que fue presidida por nuestro Obispo, que estuvo acompañado por un buen número de sacerdotes. En su homilía, D. Arturo no dejó de mostrar su agradecimiento a los asistentes a estas Jornadas y a todas las personas que las hacen posible: «Tenemos muchos motivos para dar gracias por todo y por toda la gente buena que hay en nuestra diócesis. Demos gracias a Dios por lo que somos, porque es un don suyo, y por lo mucho que tenemos, por nuestro presente y por nuestro futuro», expresó, al tiempo que animó a los presentes a sentir como él, «el gozo y la alegría por formar parte de esta Iglesia que camina en Cantabria y en el Valle de Mena».
Tal y como recordó D. Arturo, al hilo del Evangelio de la Eucaristía, «la realidad más bella de nuestra vida es que somos amados, es lo más perdurable y lo más eterno. A veces dejamos pocas rendijas en nuestro corazón para que entre ese amor, pero el Señor es insistente y nuestras resistencias son nuestras pobrezas y nuestros miedos. Somos amados, elegidos y enviados. No podemos pedir más».
Un año más, este evento supone un refuerzo y un envío para las 200 personas inscritas, pero también para el resto de los fieles diocesanos, porque lo vivido esta semana en Monte Corbán será difundido ahora en las parroquias y esas sensaciones positivas que de allí salen se transmiten a miles de personas que ven como es posible seguir caminando juntos en pos de un mañana mejor, apoyados siempre en ese amor infinito e incondicional que el Señor nos regala, porque Él nos eligió y por ello somos enviados para comunicar todo lo que vivimos cada día fruto de ese regalo.