Homilía XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario & Jornada Mundial de los Pobres, por D. Ricardo Alvarado del Río, Vicario Episcopal para la Acción Caritativa y Social

Ilmo. Sr. D. Ricardo Alvarado Del Río

D. Ricardo Alvarado del Río

 

Queridos hermanos:

Hoy celebramos el domingo del Señor y, junto a toda la Iglesia, la Jornada Mundial de los Pobres. Es un día que no añade algo externo a la liturgia: es un día que nos recuerda quién es el Dios al que adoramos y cuál es el corazón de nuestra fe. Porque la fe cristiana, cuando es verdadera, se hace carne en la historia, acaricia las heridas, sostiene al que cae y levanta al que ya no tiene fuerzas.

El evangelio de Lucas nos sitúa en un momento tenso: los discípulos admiran las piedras del templo, su grandeza, su belleza… y Jesús les sorprende:

“No quedará piedra sobre piedra”.

No es una amenaza. Es una purificación.

Jesús nos enseña que las obras de Dios no se miden por el mármol, ni por los ornamentos, ni por los éxitos visibles, sino por lo que permanece cuando todo lo demás cae: la fidelidad, la misericordia, la justicia, la dignidad de cada persona, la caridad hecha gesto concreto.

La Jornada Mundial de los Pobres nos obliga a preguntarnos:

¿Sobre qué piedras estoy construyendo mi vida? ¿De qué me enorgullezco? ¿Qué permanece cuando desaparece la apariencia?

Las obras que permanecen son las que nacen del amor.

La primera lectura, del profeta Malaquías, habla del “sol de justicia” que amanece para quienes temen al Señor. Ese sol no es una idea: es un modo concreto de vivir.

La Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que la fe cristiana tiene consecuencias sociales, económicas y culturales. Tiene una verdad profunda:

  • ninguna persona puede ser descartada,
  • nadie es invisible,
  • ninguna pobreza puede considerarse “normal”.

 

¡¡Y esto no por ideología, sino por Cristo!! Quien toca al pobre toca la carne del Señor.

Por eso, la Iglesia insiste en:

  • La dignidad inviolable de toda persona.
  • El destino universal de los bienes.
  • La prioridad del trabajo sobre el capital.
  • El bien común como horizonte.
  • Y el principio que hoy resuena más claramente: la opción preferencial por los pobres.

 

No es opcional. No es un “añadido”. Es condición de autenticidad de la fe.

En la exhortación Dilexi Te, el Papa León XIV nos recuerda que la Iglesia no solo habla de los pobres: vive desde ellos, porque ellos ocupan el lugar que Cristo eligió.

El Papa escribe que el amor de Cristo no es sentimentalismo, sino “un dinamismo que empuja a reconstruir la vida del hermano, a darle nombre, rostro, historia y futuro”.

Qué bueno sería reflexionarlo en nuestros grupos cristianos. Que podamos todos sentirnos invitados a pasar:

  • de mirar al pobre a reconocerlo,
  • de aliviar su necesidad a promover su dignidad,
  • de la asistencia a la cercanía,
  • de “hacer cosas por ellos” a caminar con ellos.

 

Además, el Papa nos recuerda que la pobreza no se responde solo con caridad material, sino con amistad, tiempo, escucha, acompañamiento y caminos reales de integración.

Es decir: mirando al pobre como lo miró Jesús.

San Pablo, en la segunda lectura, nos habla de algo aparentemente muy distinto: el trabajo. Pero en realidad está hablando de lo mismo: de la dignidad.

Trabajar —cuando es posible, y cuando la sociedad ofrece condiciones justas— no solo produce bienes: construye la persona.

La falta de trabajo, la precariedad, la explotación o la marginación laboral son formas modernas de pobreza.

Por eso Pablo corrige, anima, exhorta:

“No viváis desordenadamente… ganad el pan trabajando en paz”.

No para imponer normas, sino para recordar que la comunidad cristiana está llamada a ser un espacio donde nadie vive de los demás, pero donde tampoco nadie vive sin los demás.

Jesús concluye el evangelio con una frase que es bálsamo y exigencia:

“Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.

Perseverar es lo contrario de la indiferencia. Perseverar es seguir amando cuando cansa, cuando no se ve el fruto, cuando parece que nada cambia.

Evangelizar es perseverar. Servir a los pobres es perseverar. Construir la justicia es perseverar.

Hoy pedimos al Señor que esta Jornada Mundial de los Pobres no pase de largo, sino que deje un surco:

  • que abramos los ojos,
  • que aflojemos el puño,
  • que compartamos lo que somos y lo que tenemos,
  • que seamos Iglesia “con los pobres y para los pobres”.

 

Porque la caridad no se improvisa: se convierte en estilo de vida, en modo de mirar, en manera de estar en el mundo.

Hoy el Señor nos invita a volver a lo esencial:

“Dilexi Te”: te he amado primero.

Y quien ha sido amado… ama.

Que Cristo, “sol de justicia”, ilumine a nuestra diócesis para que nadie quede fuera, para que la pobreza nunca sea destino, para que la caridad sea nuestra identidad.

¡¡Feliz Domingo… feliz Jornada Mundial por los pobres!

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