El domingo pasado la palabra de Dios nos enseñaba que, para atravesar el umbral de la puerta del Reino, se precisa humildad y generosidad desinteresada. Hoy se nos revela qué sabiduría se precisa para alcanzar esas virtudes.
El libro de la Sabiduría nos plantea este interrogante: «¿Qué hombre conoce el designio de Dios?». Y nos responde que para llegar a ese conocimiento necesitamos la ayuda de Dios: «¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu santo espíritu desde el cielo?». La verdadera sabiduría viene de Dios. Conscientes de ello, como hace el salmo 89, tenemos que pedirle su ayuda: «Señor, tú has sido nuestro refugio. Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato. Ten compasión de tus siervos».
La mejor sabiduría para orientar nuestra vida es seguir a Jesús: Su vida y sus hechos, sus palabras y sus sentimientos nos revelan lo que Dios piensa y quiere de cada uno de nosotros. Pero Él nos advierte: «Quien no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío». Esta propuesta tan radical puede parecernos escandalosa. Ya pasaba en su tiempo. A veces hasta se marchaba la gente asustada.
La salud, el dinero, le fama,… la familia, incluso la propia vida son bienes importantes, pero hay otros valores más importantes. «Ya que habéis resucitado con Cristo, escribió san Pablo a los Colosenses, buscad los bienes de allá arriba; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra». Jesús en el evangelio de este domingo nos invita a renunciar a lo secundario para conseguir lo principal, porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón.
En la 2ª lectura contemplamos un ejemplo práctico de hasta dónde ha de llegar el seguimiento a Jesús. Onésimo es un esclavo de Filemón que se ha escapado de su amo y esto, en la sociedad de su época, es gravísimo, de ahí que atrapado el esclavo ha de ser castigado severamente. Filemón como cristiano no ha de permitir la esclavitud. De ahí que San Pablo al remitirle a Onésimo, convertido en la cárcel donde ambos han coincidido, pide a Filemón: «Quizá se apartó de ti para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor como hermano querido».
La presencia de Jesús en medio de nuestro mundo nos obliga a cambiar nuestra mentalidad, a aceptar la salvación que Él nos trae y a trabajar para que ésta se implante cada vez más en el mundo.
Por eso para seguir a Jesús hemos de programar nuestra vida; con la misma seriedad con que un constructor estudia el presupuesto de una obra, no sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él. Con la misma seriedad con que un estratega calcula las posibilidades de ganar una batalla para que en caso contrario pedir condiciones de paz.
Aunque nos cueste construir el edificio de nuestra santidad y sea dura la batalla del bien, merece la pena. Jesús con su palabra y con el Pan de la Vida nos acompaña en este camino. Así seremos como María, la fiel discípula cuya Natividad mañana celebraremos, seguidores de Jesús.
Álvaro Asensio Sagastizábal
Vicario General
Delegado Diocesano de Liturgia y Espiritualidad