Homilía XXII Domingo del Tiempo Ordinario, por D. Jesús Casanueva Vázquez, Vicario Episcopal para el Clero

La Liturgia de la Palabra de este domingo gira en torno a la humildad como camino seguro hacia Dios y como actitud fundamental ante la vida.

Aprovechando el contexto de la invitación a una comida, Jesús, en el Evangelio de hoy, inicia una parábola sobre los primeros puestos, pues observaba la actitud de algunos comensales, que elegían los lugares de relevancia. En esta parábola señala el Señor que la humildad debe ser la actitud fundamental de nuestra vida.

La humildad es una de esas paradojas que se da en la lógica divina. Resulta que, cuando pensamos que nuestro camino hacia el cielo es un camino de ascenso, porque “entendemos” que el cielo está arriba, la humildad nos señala el abajo, la tierra, el descenso. Es decir, que descendiendo ascendemos. Humillándonos somos enaltecidos. Cuanto más abajo, más arriba.

Y, ¿hasta dónde debemos humillarnos? Hasta los infiernos. Y, ¿por qué debemos hacerlo? Porque así lo hizo Jesús: “que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo; y se hizo hombre; y fue crucificado, muerto y sepultado; y descendió a los infiernos…”.

Pero cuidado. La humildad sólo es agradable a Dios cuando es fruto del amor y la justicia. Si no es así, es masoquismo, buenismo, irenismo y búsqueda de glorias humanas.

En un mundo donde impera la ley del más fuerte, la humildad no está de moda, porque sienta a la mesa a los desvalidos, a los pobres.

En un mundo que busca la evasión y los placeres, la humildad no está de moda, porque nos compromete con la tierra, con los hombres, con las situaciones del mundo. Nos ponemos de rodillas para lavar los pies de los hombres, como lo hizo Cristo.

En un mundo donde sólo cuenta lo grande y espectacular, donde solo es noticia lo trágico, la humildad no está de moda, porque es un camino de pequeñas cosas, pero hechas con muchísimo amor, que les dan un valor infinito y eterno.

Sin embargo, los humanos somos así, nos gustan más las personas humildes que las soberbias. Por eso el Eclesiastés recomienda, en la primera lectura “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios”.

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