Homilía Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, por D. Óscar Lavín Aja, Vicario Episcopal para la Evangelización

Ilmo. Sr. D. Oscar Lavín Aja

D. Óscar Lavín Aja

 

       San Juan de Letrán es la primera gran basílica cristiana de Roma y la catedral del Obispo de Roma (el Papa), lo que la convierte en la madre y cabeza de todas las iglesias del mundo. Construida por el emperador Constantino, quien donó los terrenos al Papa Melquiades, la basílica fue originalmente dedicada al Santísimo Salvador y posteriormente añadidos los nombres de San Juan Bautista y San Juan Evangelista.

       En sus naves se han desarrollado cinco concilios ecuménicos. La Basílica de San Pedro, en el Vaticano, donde reside actualmente el Papa, existe desde el siglo XVII. En San Pedro se han celebrado sólo los dos últimos concilios ecuménicos. La basílica de Letrán es, por tanto, mucho más antigua. Además, el nombre de Letrán va unido al tratado del 11 de febrero de 1929, mediante el cual se establece el estatuto civil de la Santa Sede. El tratado fue firmado entre Mussolini y el Papa Pío XI. Delante de su fachada hay una estatua de San Francisco de Asís cuando fue a ver al Papa para hablar de su incipiente orden de los Franciscanos. San Francisco, el hermano pobre y universal, quedó deslumbrado de la majestad y riqueza de la Basílica.

       En las lecturas de la Palabra de Dios, vemos como en la profecía de Ezequiel el templo es una fuente de Vida. Dios es Vida, y vida en abundancia. Capaz de hacer fértil las tierras áridas de Judea o de dar vida en el mar muerto con sus aguas. San Pablo, en la segunda lectura a los Corintios, nos habla de los cristianos como templos vivos de Dios. De ahí que el cemento que edifica dicho templo, que es la Iglesia, es Cristo mismo. Así nos los muestra San Juan en la escena de Jesús en el templo de Jerusalén. Jesús nos hace pasar del templo de piedra a nuestro cuerpo como lugar y templo de Dios. Todo nuestro cuerpo ha sido constituido templo de Dios. Así, la encarnación del Hijo de Dios llega a plenitud en esta revelación antes de morir: el templo de Dios son los mismos hombres y mujeres en su realidad corporal.

       En este día que oramos por nuestra iglesia diocesana, que importante son los templos donde nos encontramos juntos a celebrar los domingos la fuerza de la Resurrección, el nacimiento a la vida de Dios en el Bautismo, el acceso a la Eucaristía en la primera comunión, en las fiestas patronales, cuando enterramos a nuestros seres queridos, o las veces que acudimos a pedir fortaleza en las dificultades de la vida. Nuestras parroquias y ermitas son como la profecía de Ezequiel templos donde manan Vida para nuestros caminos en la vida. A veces nos hace bien mirar a lo grande a todas las iglesias de nuestra diócesis, y las que se abren en el mundo entero, donde Dios y los hombres y mujeres de tantas culturas se encuentran y se experimentan mutuamente. ¿Somos conscientes de la GRACIA que supone esto en el mundo entero?

       Seguramente hoy podemos irnos de la Eucaristía pensando a lo largo de esta semana, lo que supone para la mirada de fe cristiana el paso del templo de piedra al templo del propio cuerpo de cualquier persona como presencia de Dios. Quizás esta idea de San Pablo en la segunda lectura no la tengamos muy asumida en nuestra fe… es tan fuerte y arraigado iglesia = templo de piedra = curas = misa. ¿Dónde queda el cuerpo como templo del Espíritu Santo que nos va dando forma de Cristo en el camino de la vida? Y el asombro total llega cuando ese cuerpo está roto, herido y magullado… se convierte en la misma carne de Cristo. “A mí me lo hicisteis”. Hombre y mujer = templo de Dios = pobre = carne del mismo Cristo.

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