D. Jesús Casanueva Vázquez
Nos acercamos ya al misterio de la Navidad. Las lecturas que se proclaman en este domingo nos hablan de la disponibilidad del hombre para hacer realidad el nacimiento de Jesús. Se entrevén dos acentos: por un lado, las señales del plan de Dios, y por otro, la llamada a la disponibilidad para el mismo.
El plan de Dios es venir en carne mortal a nuestro mundo. Realizar un salto ontológico de inmensa magnitud, para acercarse al hombre y redimirlo. Venir a nuestro mundo lleno de pecado y violencia a traer la paz y el amor. La señal es contradictoria: Dios manifestará su gloria mediante el nacimiento de un niño, el Enmanuel, que nacerá de una Virgen. Todo esto nos inquieta y contraviene toda lógica. Pero es el plan de Dios.
Por otro lado, también se nos llama a la disponibilidad para ese plan. Es una disponibilidad que se tiene que realizar desde la fe y la confianza en Dios. Así lo hizo la Virgen María y así lo hizo también San José, el protagonista del evangelio de hoy, quien, dejando sus propios planes, se abandona al camino que Dios le muestra en los sueños.
Ante todas las situaciones que vivimos hoy en día de sufrimiento, dolor, guerras, violencia, hambre, pobreza, enfermedad, soledad, desamor… ante todo eso, el Señor nos ofrece como signo un Niño. Un Niño que representa debilidad, que representa desvalimiento, humildad, y para nada omnipotencia. Pero lo que parece que no nos damos cuenta es que, ese Niño que se nos da como signo de esperanza y de salvación, se llama “Dios con nosotros”. Y quizá en la aritmética humana 1+1 son 2, pero en la aritmética divina 1+ Dios es infinito.
Es curioso cómo, en la medida en que Dios va disminuyendo en nuestras vidas, más pobrezas humanas surgen, aun cuando tengamos medios materiales suficientes. Y, sin embargo, cuando Dios está presente en nuestras vidas la humanidad se ve engrandecida de un modo especial. Así visto, José no es un padre disminuido por adoptar a Jesús, sino todo lo contrario. Tampoco María quedó disminuida por acoger a Jesús en sus entrañas.
En este último domingo de Adviento, dejemos las lógicas y los cálculos humanos y adentrémonos en la lógica de Dios, para que nuestra humanidad se vea engrandecida por su gracia y por su amor.
